viernes, 26 de noviembre de 2010

Desesperación (Artículos de Millás)

Es viernes, he llegado a casa y, como se han terminado los exámenes, he pasado a mi segunda actividad preferente (casi siempre termina siendo la primera) de los viernes por la tarde, descargarme las series de los viernes y verlas. Gracias a la festividad de Acción de Gracias y sus vacaciones, que los americanos tanto disfrutarán pero yo maldigo, hoy no hay series que descargar. Así que, terriblemente aburrida y porque me resisto a ponerme a pensar en los trabajos tan temprano en el fin de semana... Me he metido en la página www.naiandei.net (la que nos dijo Nacho esta mañana). He encontrado algunos artículos que me han conseguido entretener y os pongo los que más me han gustado.
(Son todos de Juan José Millás)

· El primero habla de libros, de literatura y unas cuestiones muy curiosas.

PREGUNTAS

¿Llevará razón la novela larga frente a la corta al modo en que, según el poeta, llevaban razón los días laborables? ¿Quién ganaría un combate entre Ana Karenina y La muerte de Ivan Ilich? ¿Quién una discusión entre Ulises y La metamorfosis? ¿Es más adulta o más seria o más arriesgada, no sé, El Quijote que El Lazarillo de Tormes? Me hago estas preguntas en el metro, donde el pasaje lee, casi sin excepción, novelas de más de 700 páginas. ¿Llevará razón el puro frente al cigarrillo? Cuando ya nadie fume, ¿sobrevivirá la leyenda del Cohibas a la del Camel? ¿Qué fumaría (si las novelas fumaran) Guerra y Paz; qué Pedro Páramo? ¿Desaparecerán un día, por no llevar razón, los domingos y sus tardes, tan crueles, aunque tan pertinentes, por ello mismo, para la relectura de Rulfo, de Borges o de Monterroso?

Si los psicólogos encargados del caso prescribieran ficción, en vez de libros de autoayuda, a los obreros chilenos atrapados en el fondo de la mina San José, ¿optarían por novelas de largo o de corto aliento? Conocemos la consideración (mala) de la Literatura respecto a la obra breve. ¿Piensa del mismo modo la Psicología? ¿Cómo diablos han llegado los lectores del metro al extraño consenso de bajar al túnel con un volumen que no cabe en el bolso? ¿Dónde lo colocan al llegar al trabajo? ¿De qué forma lo echan de menos durante la jornada laboral? ¿Por qué estos libros son también, casi sin excepción, de tapa dura? ¿Llevará razón la tapa dura frente a la edición de bolsillo al modo en que el lunes, siempre según Gil de Biedma, lleva razón frente al domingo? ¿Tendrá razón el esposo frente al amante ocasional? Si con los libros se

follara (y parece que sí), ¿se comportarían como cónyuges o como aventuras de verano? ¿Copularían con más ardor las novelas de Umberto Eco o las de Italo Calvino? Todo son preguntas.

· Este segundo va de números, también por si alguien de ciencias lee esto.

NÚMEROS

El pin del móvil y el puk del módem, la contraseña de iTunes, el teléfono fijo de mamá, el prefijo de Asturias, la clave de acceso al cajero automático, la matrícula del coche, el número del DNI, la inflación interanual, el producto interior bruto, el diferencial de la deuda, la talla de los pantalones y la ropa interior, las dimensiones de la pena, los 31 días de enero y los 28 de febrero, tu cumpleaños, nuestro aniversario y el del fallecimiento de papá, el tiempo de cocción del huevo duro y la caducidad del yogur, las cucharadas diarias de jarabe, la cantidad de sal, el valor de referencia de la urea, las pulsaciones por minuto, la temperatura del microondas, las horas de insomnio, la línea 5 del metro y el vía crucis de las 12 estaciones, los dígitos de la hipoteca, el IVA, el IRPF, el Euríbor, el tanto por ciento de descuento, los puntos de la tarjeta de Iberia, la hora de entrada, la numerología china, los honorarios del dentista, los dedos de la mano, los pelos de la cabeza (pocos), los pares de calcetines, la cuenta del supermercado, el cuentakilómetros, el cuentarrevoluciones, el contador del gas, de la luz, las páginas de Anna Karenina, los volúmenes de la enciclopedia Espasa, el limitador de velocidad, los metros cuadrados construidos y los hábiles, los cuartos de baño, los puntos de luz, el salario bruto y el líquido, los años de cotización, el tiempo de carencia, la tercera temporada de Mad Men, la cuarta de El ala Oeste de la Casa Blanca, la quinta de Los Soprano, el control del peso, el podómetro, el metrónomo, los litros de agua consumidos, los goles del domingo, el porcentaje de seguimiento de la huelga según los sindicatos, según la policía, según el Gobierno, la patronal o Dios, el décimo de Navidad (que acabe en 7), la indemn

ización por año trabajado. Y la sala 10 del tanatorio, por ejemplo.

· El tercero, es de amor, pero no es nada convencional, por eso es interesante.

TUS EOSINÓFILOS

esta hora de la mañana te toca análisis de sangre. Ahí estarás, pues, ofreciendo la cara interna de tu brazo a alguien que lo estrangulará con una goma a la altura del bíceps para que se manifieste la vena, la vena tuya, que aparece enseguida como un clítoris asustado en la zona más frágil de esa articulación. Ahí está la aguja rompiendo la barrera de la piel, penetrando con violencia calculada en el vaso, del que extraerá unos centímetros de plasma lleno de leucocitos, linfocitos, monocitos, neutrófilos, eosinófilos... Todo lo que te pertenece suena a música, también tus hematocritos y tu hemoglobina y tus hematíes. Ahí está ya tu sangre roja cruzando la ciudad en un tubo de ensayo mientras tú sacas el coche del parking y pones una canción de Antonio Vega que cantarás entre semáforo y semáforo. Tu sangre por un lado, tu cuerpo por otro y yo por otro.

Ahora imagino que soy el técnico de laboratorio al que le llega la muestra que acaban de robarte y que en vez de analizarla me la bebo. Me bebo todas las muestras que llevan tu nombre como me comería todas tus biopsias, corazón. Y daría cuenta también a ojos cerrados de tu fósforo, de tu creatinina, de tu calcio total y de tu albúmina, aunque para ello tuviera que beberme la muestra de orina que tan delicadamente, tr

as bajarte las braguitas de espuma, has depositado sobre el frasco estéril de plástico. Tú atravesando la ciudad en una dirección, tu orina en otra y yo mismo en otra, cada uno víctima de un metabolismo, de una transaminasa, de una fosfatasa alcalina, de un tiempo de sedimentación, de unos iones, de una desintegración lipídica, de unos marcadores tumorales. Pienso a estas horas de la mañana en tu glucosa basal y me excito como un adolescente. Cuántas palabras inauditas componen tu cuerpo, amor. Y todas llueven en este instante sobre la ciudad.

· Finalmente, uno relacionado con internet. La verdad es que esa sensación de estar en una habitación virtual y que entre alguien, es como cuando estás en una web con contador de visitas y empiezas a ver que hay alguien más. ¿Os ha pasado? A mí sí, por eso me ha resultado tan gracioso. Da mucha curiosidad. ¿Quién es? ¿Qué hace ahí también?

HABITACIONES

Caí, navegando, en una página web muy oscura. Al poco distinguí un interruptor digital sobre el que di un golpe de ratón, haciéndose la luz. Apareció entonces un dormitorio que se parecía de un modo algo siniestro al mío. En una esquina de la pantalla se informaba de que en ese momento nos encontrábamos en la página cinco visitantes. Me inquietó la idea de encontrarme en compañía de otras cuatro personas a las que no me era posible ver, cuatro fantasmas. Quizá alguna de ellas, pensé, dispusiera en su ordenador de una herramienta que le permitiera distinguir a los otros. Salí de la página y me puse a trabajar. Pero no se

me iba aquella habitación de la cabeza, así que volví a entrar. Estaba equipada, como la mía, con muebles de Ikea, de ahí, cavilé, su parecido. Pero tenía, como la mía también, en la pared de la derecha, una ventana a cuyo paisaje te podías asomar con un par de movimientos del ratón. Preferí permanecer quieto, a ver si se escuchaba una respiración, un roce, una tos, algo que delatara otras presencias, además de la mía. En ese momento visitábamos la página dos personas. Resultaba un poco violento saber que te encontrabas a solas con un desconocido. A ver si se manifiesta, me dije, y separé la mano del ratón. Mientras esperaba, alguien entró y salió como el que abre una puerta y echa una ojeada. Pensé que la otra persona (¿una mujer, otro hombre, un niño, una adolescente?) permanecía, como yo, al acecho. Pasado un rato, tomé de nuevo el ratón y me dirigí a la ventana. Lo que vi me estremeció. Al otro lado había una calle idéntica a la que se ve desde la ventana de mi dormitorio analógico. Esa noche, mientras cenábamos, mi mujer me contó que, navegando por Internet, había ido a caer en una habitación que le recordaba vagamente a la nuestra. No me atreví a preguntarle a qué hora había estado allí.


Ay, una foto divertida que he encontrado:


2 comentarios:

  1. Qué maravilla Carmen. Como no te puedo dar parte de mi sueldo, te permito volver a dibujar en los apuntes sin penalización alguna. Sigue disfrutando de y curioseando a Millás.

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