lunes, 21 de diciembre de 2009

FELIZ NAVIDAD!

Bueno, ha terminado al fin el primer trimestre. ¿Qué os ha parecido?
Ha sido complicado, ¿verdad? Parecía que no sobreviviríamos, pero todos estamos vivitos y coleando parece. Aunque mentalmente afectados.

Permitid que me ponga sentimental, pero me estoy acordando de los primeros días, de cómo empezamos a conocernos y todo eso... y aunque alguno (Y no quiero mirar a NADIE) querría no habernos conocido, me alegro de estar en esta clase.
Jaja, en algún momento habrá que decir estas cosas ¿No?
Pues eso chicos, que disfrutéis de la navidad tanto como pienso hacer yo, estudiad lo justo como Cristina nos aconsejó... y nos vemos a la vuelta, el día de después de reyes.

¡¡FELIZ NAVIDAD 1º BI!!
¡Estas fiestas nos las hemos ganado!

martes, 15 de diciembre de 2009

Una pesimista vision de nuestro futuro

Se a establecido el nuevo Plan Bolonia, que regirá nuestras futuras carreras, y aquí os dejo una opinión muy dura de esta realidad. Además, cabe destacar del "valor" que le da al título de bachiller por el que nos esforzamos.

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Mi propia introducción al Quijote


Digamos que este es el original, solo de ejemplo, saltároslo si queréis:

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches , duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della

concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera.

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías.

Y aquí mi versión:

En un lugar de la mancha cuyo nombre (a ver, no es que no quiera acordarme, que la verdad quiera o no quiera es difícil no acordarme) es Alcázar de San Juan, no ha mucho tiempo que vivía un estudiante de los de libracos en montón, mochila grande, bici rota y ¿cobaya corredora? (por cierto se llama black jelly gigle witty pitty tricky). Una sartén o varias que por decir de un lugar… del mercadillo de los más bastos que las mulas, ensalada por las noches, cada sábado una comida diferente, el viernes tres cuartos de lo mismo, pobre palomino el del domingo (que sádico Cervantes, pobrechito), y no me lleva en ello ni un céntimo de la paga.

El resto, osease todo, concluían cenas de clase, ¿calzas de velludo para las fiestas? (pero que fiestas dios mío, ¿voy corriendo y haciendo el pino a una?), con mis pantuflos de lo mesmo (^.^ pantuflos jiji ¡Karmeen! Tú me acompañas con tus rozagantes peplos griegos ¿vale?), y los días de entresemana chándal según venga y si no vaqueros al canto. No tengo ama en casa y tampoco por lo tanto necesito que pase los cuarenta, y mucho menos sobrina, y por supuesto tampoco va a llegar a los veinte, (tenía muchas cosas el Alfonso este ¿no?), y menos aun un mozo de cuadra, ¿qué quiero?, ¿Qué me ensille la ardilla, el hámster, la cobaya y el conejo al tiempo que corta la planta pocha que tengo aquí? Nununununu.

Es, pues, de saber que este sobredicho alumno, los ratos que estaba ocioso-que cachondo el nene, ocioso dice- se daba a irse con sus amigos a un sitio especial, y es aquí donde comienza nuestra verdadera historia. Uno de estos días mencionados, el dicho estudiante llegó a este sitio especial ligeramente pronto, como de costumbre. Con él llevaba la cena prometida para la noche, y teniendo ‘’ascensor’’ el muy listo bajó por las escaleras, ¿quién podría imaginarse que desde un primer piso podía pasar algo así?

Al paso que bajaba las escaleras pues el pavín pavitín, que no tenía prisa, creyó que había llegado ya al final de la escalera y sin haber llegado, sí, señores y señoras, ¿saben lo que pasó? Pues simple, llegó de golpe….

Y finalizando este pequeño texto literario riquíiiiiiiiiisimo en vocabulario y plagado de recursos literarios os digo adiós con una conclusión cortita:

Como se complicó la vida Cervantes para escayolar a Alfonso tras los molinos, ¿tanto costaba tirarlo por unas escaleras al pobrecico? Así que en conclusión, a mi no me hicieron falta los molinos, y me aburro y mucho.

¡Mirar que monadaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! se parece a mi:

Habar, y subir cosas y comentaaar que es mi único entretenimiento please!

¡¡¡De parte del manco-cojo de Alcázar!!

lunes, 14 de diciembre de 2009

LA MALDITA NIEVE...




...Ha destrozado el maravilloso árbol que veía desde mi salón; ya solo me queda la tele.


Y UN POEMA DE VAMPIROS, TAN DE MODA.

EL LAMENTO DEL VAMPIRO
Vosotros, todos vosotros, toda
esa carne que en la calle
se apila, sois
para mí alimento,
todos esos ojos
cubiertos de legañas, como de quien no acaba
jamás de despertar, como
mirando sin ver o bien sólo por sed
de la absurda sanción de otra mirada,
todos vosotros
sois para mí alimento, y el espanto
profundo de tener como espejo
único esos ojos de vidrio, esa niebla
en que se cruzan los muertos, ese
es el precio que pago por mis alimentos.

Leopoldo María Panero, Last night together, 1980

UN CUENTO DE NAVIDAD

Nochebuena, de Eduardo Galeano

Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.
En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
-Decile a... -susurró el niño- Decile a alguien, que yo estoy aquí.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

OTRO CUENTO. LA MEMORIA QUE OS GUSTARÍA TENER, O NO.

FUNES EL MEMORIOSO

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo -género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño; Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo "; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año 84. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: "¿Qué horas son, Ireneo?"". Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: 'Faltan cuatro minutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco". La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro.Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto.Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años 85 y 86 veraneamos en la ciudad de Montevideo. El 87 volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "cronométrico Funes". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los Comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis Historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, "del día 7 de febrero del año 84", ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, "había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó ", y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario "para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, f por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat y la obra de Plinio.El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba "nada bien". Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El "Saturno" zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del capítulo xxiv del libro vii de la Naturalis Historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche. Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles. Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: "Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra.Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce,más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.

Del libro Ficciones, 1944, de Jorge Luis Borges.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

BARTLEBY y otros cuentos.

Aquí está el enlace para Bartleby el escribiente. Además, de regalo un par de microcuentos:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/melville/bartleby.htm

KOSTAS AXELOS (GRECIA)
EL AMOR
Un estudiante alemán va una noche a un baile. En él descubre a una joven, muy bella, de cabellos muy oscuros, de tez muy pálida. En torno a su largo cuello, una delgada cinta negra, con un nudito. El estudiante baila toda la noche con ella. Al amanecer, la lleva a su buhardilla. Cuando comienza a desnudarla, la joven le dice, implorándole, que no le quite la cinta que lleva en torno al cuello. La tiene completamente desnuda en sus brazos con su cintila puesta. Se aman; y después se duermen. Cuando el estudiante se despierta el primero, mira, colocado sobre el almohadón blanco, el rostro dormido de la joven que sigue llevando su cinta negra en torno al cuello. Con gesto preciso deshace el nudo. Y la cabeza de la joven rueda por la tierra.




JUAN JOSÉ MILLÁS,(ESPAÑA)
EL INFIERNO.
Estábamos enterrando a un amigo cuando un teléfono móvil interrumpió la grave ceremonia. Tras un breve intercambio de miradas reprobatorias, comprendimos que el ruido procedía del cadáver, cuyo féretro había sido abierto para que el finado recibiera su último adiós. La viuda, después de unos segundos de suspensión, se inclinó sobre el muerto y le sacó el teléfono de uno de sus bolsillos de la chaqueta. “Diga”, pronunció dolorosamente. No sabemos qué escuchó al otro lado, pero la vimos palidecer; en seguida gritó: “Fernando falleció ayer y usted es una zorra que ha destruido nuestro hogar”. Dicho esto, interrumpió la comunicación y devolvió el artefacto a su lugar.
Al abandonar el cementerio supe por alguien de la familia que había sido deseo del propio Fernando ser enterrado con su móvil, lo que, constituyendo una excentricidad perfectamente afín a su carácter, me devolvía la imagen menos grata y oscura de quien sin duda había sido una de las referencias más importantes de mi vida. Como es costumbre, me dirigí en compañía de los íntimos a casa de la viuda para darle consuelo. Ella nos ofreció un café que estábamos saboreando mientras hablábamos de cosas intrascendentes, cuando sonó el teléfono. Tras unos instantes de terror, los presentes alcanzamos un acuerdo tácito: nadie había oído nada, ningún sonido de ultratumba se había colado en aquella reunión de amigos. Después de diez o doce llamadas, el aparato enmudeció y la propia viuda se levantó a descolgarlo. “No estoy para pésames”, dijo. Aquella noche, a la hora en la que los insomnes suelen descabezar un sueño, me levanté, fui al teléfono y marqué el número del móvil de Fernando. Lo cogieron al primer pitido, pero colgué antes de escuchar ninguna voz. Sólo quería comprobar que el infierno existía.

ANA MARÍA SHÚA. (ARGENTINA)
EL LOBO
Con una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo separa las mandíbulas y desnuda los colmillos amarillos. Un curioso zumbido perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo. El dentista también.

martes, 1 de diciembre de 2009

LÍRICA MEDIEVAL

Os dejo aquí un enlace a una página de historia de la literatura interesante, el enlace es directo a la lírica medieval, pero luego podéis curiosear otras cosas si queréis. Está bien porque podéis ver páginas de los cancioneros manuscritos.
http://www.spanisharts.com/books/literature/lirica.htm

sábado, 21 de noviembre de 2009

Algunos clásicos políticos...

Bueno aquí va mi primera intervención en el Blog ahora que me encuentro mejor.
Ya que esto trata de literatura, hablemos de ello, especialmente de literatura política.
Los personajes importantes de la historia, ya se clasifiquen en “buenos” o “malos” (dependiendo de quien los clasifique), han escrito libros que, antes o después, se han utilizado como lo que serían los diez mandamientos para los cristianos, como libro guía, en definitiva, como modelo a lo que se intenta llegar.
Hablamos de libros que se han leído numerosas veces en actos recordando a su autor o, en su defecto, recordando algo relacionado con estos... Aunque en este artículo me centraré en tres principales libros como son
El arte de la Guerra, El libro rojo y Mi lucha
Son de recordar personajes como Sun Tzu, autor de El arte de la Guerra, un libro tan importante que aún en la actualidad sigue leyéndose por publicistas que lo utilizan para sus distintas estrategias comerciales, administradores de las distintas empresas que pretenden llevar a ésta hasta lo mas alto, políticos que intentan vencer a sus adversarios y, como no, utilizado por los ejércitos mundiales como referencia para sus tácticas militares ... Es decir, un libro que habla sobre como vencer al enemigo sin tener con él un enfrentamiento cara a cara, sino mediante diferentes tácticas morales; nos proporciona también estrategias de engaño y numerosísimos conocimientos que han hecho de este libro uno de los mejores escritos de la historia perdurando desde el arcaico mundo oriental.
Pero han sido tantos y tan dispares los autores que han escrito sus pensamientos, sus ideas y conocimientos que la lista es, prácticamente, incalculable; ahora bien, la lista de libros que realmente han merecido la pena y que, independientemente de sus ideas, han sido tomados por grandes masas como decálogo se pueden contar con los dedos de las manos....
Destacar también El libro rojo de Mao Tse Tung, un libro que recoge citas e ideas de Mao, el entonces presidente del Partido Comunista chino. En definitiva, recoge las claves para el verdadero Comunismo. Otro ejemplo de un libro que ha permanecido como canon para los que pretendieron y pretenden ser un ejemplo de auténtico comunista.
Un libro que, según ciertas fuentes consultadas, es el segundo libro más vendido de la historia, detrás de la Biblia.
En China fue el icono más representativo durante la década de los 60. Durante la era franquista fue prohibido en España, aunque vendido clandestinamente a todos los contrarios al régimen.
El tercer y último libro del que hablaremos será Mi lucha, o Mein Kampf, en alemán, un libro escrito por el dirigente nazi Adolf Hitler, en el cual se destacan elementos autobiográficos así como el autor plasma sus ideales políticos para que perdurasen en la historia.
Este escrito se comenzó a redactar en la prisión de Landsberg hacia 1924, momento en el que Hitler se hallaba preso por intentar planificar el Golpe de Múnich. A lo largo de todo el libro se percibe el incansable desprecio y numerosas vejaciones hacia las personas distintas a la raza aria, preferentemente hacia los judíos.
Mi lucha ha sido utilizado como “complemento” indispensable en todas y cada una de las manifestaciones neonazis ocurridas en las distintas partes del mundo tras la caída del tercer Reich. Aunque actualmente, su tenencia y comercio es totalmente legal, es muy difícil encontrarlo en las grandes librerías españolas, mucho más difícil aun en las alemanas, las cuales no quieren oír hablar de dicho libro. Que yo sepa, la manera más fácil y directa de encontrar un ejemplar es en una manifestación del tipo nombrado anteriormente, en la cual se venden a un precio módico.
En definitiva, estos tres libros son sólo tres ejemplos , ya que personajes tan importantes como Mahatma Ghandi o Karl Marx, entre otros, han escrito grandes obras de igual o mayor importancia que las anteriores.
Lástima que muchos de los políticos actuales intentan escribir libros, intentando seguir los pasos de éstos, aunque, sin ánimo de ofender a nadie... dejan mucho que desear.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Los libros electrónicos ¿El paso hacia el futuro?

¿Conocéis los típicos libros de papel con pasta dura o blanda, de bolsillo, en miniatura, etc? Obviamente sí, pero la pregunta que debería realmente plantear ahora es: ¿Recordaréis estos libros dentro de 20 o 30 años?

La tecnología nos rodea hoy en día en cualquier acción cotidiana que realicemos, queramos o no. Y algo que nos parecía imposible, ya ha comenzado, el traspaso de los libros de papel a la electrónica. Pasamos del VHS al famoso DVD cuando ni se pensaba que podría existir un formato de video con mejor calidad, y ya incluso estamos cambiando el DVD por un nuevo tipo, el BLUE-RAY, así que, ¿por que no hacer lo mismo con los libros? se preguntan algunas de las más famosas empresas como SONY o AMAZON.

Para empezar supongo que todos sabemos lo que es un eBook, y para aquellos que no lo sepan, digamos que podemos resumirlo en ‘’un libro digital’’. Aunque la verdad es que esa sería la definición antigua por así decirlo, y es que actualmente esta definición se ha completado, y ahora también se le llama eBook al aparato o dispositivo con el que leemos los libros digitales.

Una vez sabido esto he de decir que estamos un poco anticuados, de momento, en España, debido a que el libro electrónico ya ha empezado a ser comercializado en varios países del mundo y ha empezado a plantearse el dejar de ‘’utilizar’’ el libro tradicional, y esto es oficial. Para dar una muestra de ello aquí os dejo un trozo de un artículo de la BBC que afirma que en USA y en otros países han sido puestos a la venta los primeros eBooks y que han sido un boom.

‘’Esta semana Amazon puso a disposición de varios países en el mundo su lector de libros electrónicos Kindle 2. Casi de inmediato se generó un furor en Internet anunciando -en varios sitios- que estábamos frente al futuro de los libros.
[…]Cada vez hay más dispositivos en el mercado para leer una mayor cantidad de textos que se suman a la moda electrónica.
[…]
Kindle no es el único lector de libros electrónicos disponible en el mercado. Barnes and Noble -tradicional competidor de Amazon en Estados Unidos- estaría por sacar a la venta su propio dispositivo; Sony tiene también varios de estos dispositivos e incluso hay una empresa británica, un tanto desconocida, que también ha logrado altas ventas con su dispositivo Cool-er. Y hay más.
Tanta presencia responde a un nicho de mercado. La vida moderna ha llevado a algunas personas a requerir cargar consigo, a todas partes, un solo aparato en el que puede almacenar miles de libros, en vez de traer colgando varios tomos.
Si el dispositivo permite, además, comprar libros remotamente, reproducir canciones en mp3, leer PDF y mostrarnos nuestro periódico favorito, los aspectos positivos se incrementan.
Las cifras también apoyan esta visión. El grupo de investigación Forrester pronostica que para el cierre de este año se habrán vendido 3 millones de estos lectores en todo el mundo, sobre todo en la temporada de compras decembrina’’

Como habréis podido comprobar he omitido algunos datos, ya que quiero explicarlos por mi mismo. Habéis podido leer una prueba de cómo el libro electrónico se esta dando paso hacia el futuro, pero no es seguro, tiene sus pros y sus contras.
Los pros, los mencionados en el artículo de la BBC.
Y los contras:
En primer lugar siempre habrá algo en el libro que pueda hacerle persistir, es innegable que el sentimiento placentero de la percepción de las páginas, de la pasta, el tacto al abrirlo e incluso el olor a nuevo nunca podrá ser reemplazado por uno de estos eBooks, los cuales en mi opinión serán muy estrechos y estarán (o están) hechos de un material que probablemente se nos deslizará entre las manos.
Y en segundo lugar, no obstante hay una esperanza, y es que los libros tradicionales todavía superan a los libros electrónicos en ventas con creces, esperemos que esto continúe así para final de año.

Aquí os dejo unas fotos de varios eBooks:

Y con esto finalizo, gracias por leer


jueves, 19 de noviembre de 2009

Mi Pequeño Granito de Arena

Con motivo del aniversario de la primera semana de existencia de este blog, he querido hacer una pequeña aportación, no solo a este, sino a lo que suponga, espero, un cambio en nuestra forma de ver la vida.

Hoy, al igual que otros anteriores días, se nos ha tildado de malpensados, simplemente por poseer una distinta interpretación, puede que basada en la sexualidad, de una misma realidad. Ante todo pretendo plantear si en verdad estos pensamientos son malos, si deben ser considerados como políticamente incorrectos.

No solo remontándonos al origen del ser humano, sino al mundo animal, podemos apreciar como la sexualidad ha formado una parte fundamental en el desarrollo de la vida, apoyándonos en el principio de que la existencia de un animal, junto con comer y dormir, considera esta como su principal objetivo. Hemos llegado a considerar como un tema tabú algo que pertenece a nuestra naturaleza intrínseca. Ha sido el ser humano el único responsable de desnaturalizar dicho aspecto de la vida basándose en una serie de principios establecidos por el profundamente arraigado catolicismo que considera malos o impuros todos aquellos pensamientos relacionados con el tema a tratar, simplemente con el fin de controlar algo más el pensamiento social.

Como personas, no podemos renunciar a una parte de nuestra vida que nos hace seres humanos, debido a que hacerlo no desembocaría nada más que en posibles trastornos que dificultarían nuestras relaciones sociales y nos convertirían en futuros degenerados y depravados sexuales por el simple hecho de no poseer una sana sexualidad.

Por lo tanto, solo podemos llegar a una conclusión, hablemos de sexo.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La elipsis & Andy Warhol

Hace unos días comentábamos, en clase de lengua, las diferencias que existen entre el tiempo de la historia y el tiempo del discurso en el género narrativo. Y es que, cuando leemos una novela, un cuento o cualquier otro texto narrativo, apenas nos paramos a pensar en los movimientos y el cambio de ritmo en la narración: mientras que el tiempo de la historia abarca lo que realmente duran los hechos, el tiempo del discurso es la duración y el orden con el que se narran, suprimiendo escenas de la historia o resumiendo acontecimientos.
Quizá mientras leemos no le damos demasiada importancia a estas alteraciones en el tiempo, pero también es otro elemento que ambienta la historia, marcando el ritmo deseado por el autor y otorgándole cierto equilibrio a la narrativa.
Se nos planteó esta pregunta:

¿Os imagináis una novela que contase, sin obviar ningún detalle, todas esas situaciones cotidianas y rutinarias que en la narrativa son omitidas? ¿o que relatase todos y cada uno de los pensamientos, emociones, etc... que puede llegar a tener un personaje a lo largo de un día?

...

Entonces nuestro profesor, Nacho, nos dio a conocer un ejemplo que me resultó, lo que menos, peculiar.
Andy Warhol, pintor y cineasta vaguardista, importante difusor del Pop-art y uno de los artistas más influyentes del siglo pasado, debutó en la industria cinemátografica con su película 'Sleep', cuyo argumento era el siguiente: John Giorno (amante de Warhol) durmiendo durante ocho horas.
Warhol, que ya en algunas de sus obras era un elemento constante la búsqueda del tiempo (todos sabemos de su conocida frase sobre los 15 minutos de fama), decidió ampliar sus horizontes artísticos filmando una acción de la cual se prescinde muy frecuentemente tanto en novelas como en películas, etc... De hecho, es muy común que encontremos la elipsis en este tipo de casos:

"(...)Así que decidió irse a dormir.
Al día siguiente... (...)"

Por eso Warhol no suprimió ni un minuto del largometraje, abarcando las ocho horas originales que duró la siesta de su compañero. Aunque tras haber investigado sobre la (llamativa y extensa) duración de la película, aún no puedo asegurar con certeza que incluya cada segundo de esas ocho horas (en algunas web afirman que en realidad son seis), pero como mínimo fueron publicados 321 minutos de la cinta.

'Sleep' fue tomada como una irónica crítica hacia "el sueño americano", también hacia la poca importancia que le damos al descanso en nuestras vidas... Ha llegado a tener múltiples interpretaciones.

Aquí podéis ver 10 minutos de este experimiento de Warhol, que nos invita a pensar si verdaderamente seríamos capaces de leer un libro o ver una película en la que no se diera por hecho ni un segundo del tiempo de la historia.


Un dato interesante (y bastante comprensible) sobre la película es que solo acudieron nueve personas al estreno de su proyección, de las cuales dos abandonaron la sala durante la primera hora.

martes, 17 de noviembre de 2009

Experimento en segunda persona

No es que en BI sobre mucho tiempo, por eso es un experimento tan penoso, pero es un experimento de narración en segunda persona. ¿Creeis que sería posible leer una novela entera así? Yo creo que con tiempo, paciencia y un aburrimiento [supremo] se podría escribir.


¿Qué otra opción te quedaba? Recuerdas su pelo, la tranquilidad que transmitía su voz... Cada instante a su lado, instante por el que harías lo que has hecho. Sabes bien que eres culpable y no te importa, huir es una consecuencia de haberte hecho libre. Te había traicionado, pero no merecía la muerte, al fin y al cabo no había decidido hacerlo. Más bien fue culpa de quien ahora yace en su propia sangre.
Y ha recibido su merecido, pues a nadie le está permitido robar semejantes sentimientos y sumir almas ajenas en tal sufrimiento. ¿Por qué tendría el valor de robarte?
Estaba claro cuál era el camino, tu plan era el indicado. ¿Y qué si se considera un delito? ¿Cuándo iban a pagar ellos tu dolor, no es eso pecado?
Saberlo te ha herido, más de lo que podría haberlo hecho el puñal que sostenías en tus manos. Ojala nunca te lo hubiesen dicho, sería mejor para todos, sobretodo para el cuerpo ahora inerte de quien ha pagado finalmente su indecencia. Pero el mal está hecho y solventado.
Has hecho bien y lo sabes, que teñir de mentira sus besos era una maldad planeada por la vil mentira que ha confundido a tu amante. Por eso no temes, el infierno no te espera, pues tu corazón sigue intacto, podrás volver a ver sus dulces ojos rebosantes de vida, podrá respirar a tu lado en la madrugada una vez más y para siempre.
Vais camino de la eternidad, juntos hasta los confines del mundo y unidos gracias al sacrificio de tu conciencia, ya que es mayor el amor en tu pecho que la culpa en tu mente.

lunes, 16 de noviembre de 2009

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES, de Julio Cortázar.

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.